jueves, 24 de mayo de 2007

"Dípticos"


Obra fotográfica de Rafael Navarro


Concebir una imagen resulta elemental, imprescindible, para una especie que sobrevive a través de sus sueños. Materializar una imagen, llevarla al plano o al volumen, ofrecerla a la vasta interpretación de los sentidos, permite precisar la diferencia entre la onírica capacidad común y la creatividad. En las regiones de la noche todos hemos compuesto una obertura que casi nadie ha sabido transcribir.

La fotografía, que contiene a los años finales del segundo milenio, pudiera parecer predestinada a redimir esa distancia, ya que su fábrica genera imágenes sin que, con excesiva frecuencia, resulte necesario conocer las leyes que gobiernan dicha práctica. Ansel Adams afirmó que sólo quien reencuentra en la copia todo aquello que vio (previsualizó) antes de liberar los arcanos del obturador y el diafragma, es un fotógrafo. Esta definición, concisa, que a tantos nos excluye, mantiene intacto el espacio que media entre el mítico Aquiles y la tortuga.

La obra que ahora nos reúne es una parte de aquel todo memorable que ocupó ocho años de la vida de su autor y numerosas páginas de manuales y críticas; en ellas se pondera la dualidad, los mundos que se afirman o se niegan, que huyen o se aproximan desde la memoria original de dos 13x18cm, apaisados, que en el confinamiento del passe-partout constituyeron un 25.9x17.8cm y 69 propuestas. En ellas también se analizan la poética, los rastros del psicoanálisis, lo amado y lo temido; los relatos, los múltiples relatos que ha dictado su autor y acaso algunas pistas y pautas para su entendimiento. En estas acertadas opiniones abunda la mía.

El discurso pertenece solo a aquél capaz de componerlo; suyo es pues el privilegio de proponer las proporciones y modular los acentos. Por ello 15 de aquellos Dípticos han sido llevados a una nueva escala de cartografía en la serie Gran Formato; 140x100cm que permiten la lectura lejana a quienes se nutren de la empatía y la aproximación, a aquellos que precisan del desciframiento de los detalles y el recorrido por el tono continuo. La obra de Rafael Navarro es una viga maestra en mi amor por la fotografía desde hace más de 25 años; conozco la parte de su trabajo que él ha difundido y otras muchas reflexiones que, una vez materializadas, ha guardado para sí (y que a veces sueño con que lleguen al público). Los Dípticos de Gran Formato me han devuelto el ejercicio de la mayeútica (método socrático por el que el diálogo del maestro con el alumno permite a éste descubrir conocimientos que ya tenía), no recordaba aspectos que en la escala anterior ya habían sido míos. Agradezco a Rafael lo fascinante de esta experiencia.

En la China anterior a la última reforma lingüística la palabra paisaje estaba compuesta por los pictogramas agua y montaña. El carácter empático de esta cultura hacía innecesaria una mayor precisión. Creo que los Dípticos de Rafael Navarro tienen su raíz en esa arquitectura que busca escapar de las limitaciones. Cada una de las obras permanece abierta y nos refleja porqué filias y fobias, plenitud y vacío son sentimientos que a todos nos alteran y a todos nos hermanan, y que, en nuestra preciosa individualidad, logran que cada lectura sea irrepetible. Cada Díptico son las dos premisas de un silogismo que ha resuelto el autor y que propone, para que el lector aporte la tercera, posiblemente fuera de los cánones que rigen a la lógica, posiblemente más cercanos a los que rigen el Koan, herramienta común a otras filosofías, también venerables.

A través de los Dípticos transcurren los temas de Heráclito y Parménides; de Freud y de Lang; los sentimientos que inspiraron a Homero y Lao Tzé; a Baudelaire y a Van Morrison, compuestos con la firmeza del maestro autodidacta; abierto y cerrado a todo. Dictados en los estados del ánimo y del desánimo; de la euforia que también es tristeza; en la vigilia del día y de la noche; buscados o encontrados en el transcurso de un viaje o en las esquinas de la vivencia, los Dípticos inquietan o relajan. Dípticos austeros o profusos a cuya historia contiene una cifra y que carecen de título. Presentidos en la obra anterior, dónde la simbología tampoco le era ajena, y que llegan a esta sala cuando su autor transita nuevas formas, otras formas de ver que surgen, siempre, de su propia experiencia.

Queda ante ustedes el ejercicio de su desciframiento, el resolver cuantos enigmas plantea una obra, ya completa y cerrada, que ha merecido su presencia en los mejores museos y colecciones.


Ángel Fuentes

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